domingo, noviembre 14, 2004

Raining cats and dogs

El viernes estaba frente al ordenador, mirando de reojo por la ventana cuando veo caer un perro al jardín. Era uno de esos perros feos, chiquitos, histéricos, de esos que usualmente tiene las viejas y los malcrian y les ponen saquitos y nombres ridículos; esos perros desagradables que ladran como soprano por cualquier cosa y que generalmente queremos que caigan de un primer piso al vacío.
Salgo, lo veo temblando, me le acerco, retrocede, me le acerco más y retrocede más hasta que deja de hacerlo. Lo agarro, temblaba como coctelera, lo llevo adentro y de doy jamón crudo.
En el piso de arriba empiezan los gritos, desgarradores, cosas que se caen y se rompen.
En ese momento me doy cuenta que no tengo el número de la policia.
Ma si!!! yo subo.
Con el cuzquito.
Golpeo le puerta, me gritan desde dentro que me vaya, no me voy y toco el timbre.
Me abre una mujer con la cara roja, marcada, le doy el perro, le pregunto si está todo bien, me dice que sí. Desde dentro una voz de hombre me dice que me vaya. Le vuelvo a preguntar a la mujer si pasa algo, me dice que no, pero duda.
Mike, el vecino irlandés de al lado sube su metro noventa y sus ciento y tantos kilos de peso.
Es un buen back up
-I call the police.
Se llevan al golpeador, ella no presenta ni queja ni cargos; al día siguiente los veo salir a la mañana.
Ella me saluda, él no.

Ya extrañaba esto de no tener enemigos.

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